Ella está a nuestra izquierda, flotando sutil entre el follaje de un árbol donde unos pájaros, desde el silencio inmóvil y eterno de las pinturas, le cantan mensajes indescifrados. En torno al tronco se eleva la serpiente que nos recuerda que la Virgen, como Eva, es inmaculada. Alrededor de la hornacina unos versos del Apocalipsis de San Juan se aseguran de que antes de partir quedemos avisados de a quién se dedica la imagen que contemplamos:
Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. (Apocalipsis 12:1)
Doce estrellas y un sol incrustados en el muro brillan reflejando la luz con tonos dorados iridiscentes formando un semicírculo.
Bajo el árbol y a lo lejos, tres yeguas rocinas parecen pastar reflejando sus siluetas en las aguas de La Madre, mientras el acebrón, el rocín, las mira tranquilo y atento.
A la altura del vientre de la Virgen, bordada en el vestido, una granada abierta alude a una imagen de culto importante en la Comarca de Doñana, la Virgen de la Granada, que no sólo encontramos en La puebla, Moguer o la Rábida, sino también en Villamanrique, donde llegó cuando el despoblamiento de la aldea de Quemas y donde hasta hace algunos años procesionaba con San Roque.
A los pies del árbol la fuente, el pocito que siempre está manando las aguas milagrosas donde el caminante aspira a aplacar la sed del alma. Desde la boca abierta de un viejo pez de formas mitológicas el chorro cae salpicando sobre una de las joyas de la plaza, una venera o concha de Venus ––recuerdo de la portada del santuario de la aldea– tallada en un bellísimo bloque de mármol de Macael. La pieza es bellísima, digna de un palacio nazarí. En el suelo un letrero pintado: Rocío KM 0. Ahora ya lo sabemos, si vamos de camino hacia la aldea, Villamanrique es el punto de partida, y hasta ahora no hemos hecho con nuestra marcha sino llegar al principio, allí donde todo comienza.
Si rodeamos la glorieta por la izquierda enseguida identificaremos el símbolo: siete escalones iluminados desde el cielo aguardan la llegada de las carretas. En esta parte del mural, una lluvia de remolinos de oro descienden sobre los escalones suavemente girando. Hemos querido recoger aquí una leyenda ya olvidada, pero conservada aún en las leyendas del folklore asturiano. Cuentan que cuando cae el rocío en las noches de luna de mayo y junio, unos sutiles espíritus llamados “Ventolinos” descienden como polvo de oro para posarse en las gotas de rocío.
Frente a los escalones pintados, un arriate circular acoge una planta conocida de todos cuyo nombre evoca a la Señora: dama de noche. Cuando florece su dulce perfume embriaga al que contemplativo se abandona soñoliento en las calurosas noches estivales refrescándose con el rumor del agua.